Parece un contrasentido hablar de alta velocidad cuando se refiere uno a navegar en un velero, pero, aunque las distancias recorridas no hayan sido impresionantes, lo vivido en el primer día de navegación durante las vacaciones es algo parecido a vivir a toda velocidad.
El sábado, a las cuatro de la tarde llegábamos al puerto de Palma para empezar nuestra experiencia marinera.
Dos horas después ya habíamos hecho la compra para los primeros días, la teníamos cargada en el barco y estábamos celebrando el debate para decidir el trayecto inicial.
Optamos por viajar directamente a Menorca durante la noche y desayunar en una cala al sur de nuestra isla de destino.
Para controlar el barco durante la noche establecimos cuatro turnos de dos horas, Jens, el ayudante del patrón, hizo el primero, yo el segundo, Rubén el tercero y Raúl, nuestro capitán haría el cuarto.
Cuando Jens vino a despertarme yo ya estaba vestido y saliendo de mi camarote, pese al cansancio acumulado por haber pasado la noche anterior también navegando, desde Denia a Palma.
La guardia de dos horas solo ante el mar y los instrumentos de navegación resultó una experiencia única, maravillosa, disfrutando del silencio en la inmensidad del mar como ya había hecho la noche anterior.Cuando desperté a Rubén para que hiciera su "cuarto", me quedé un rato con él, y también con Rosa, a la que desperté para que disfrutara, como nosotros de la belleza del viaje nocturno.
Me fuí a dormir una hora más tarde y cuando me desperté ya estábamos fondeados en cala Mitjana, al sur de Menorca.
El sur de Menorca es una costa tropical, con acantilado bajo, una gran playa, Son Bou (el toro), que divide la costa meridional de Menorca en dos partes desiguales, con una proporción aproximada de un tercio, al este, y dos tercios al oeste.
Nuestro punto de llegada, Cala Mitjana, es una de las más cercanas a Son Bou en la parte occidental.
Tras nuestro primer baño en el mar y el desayuno a bordo rodeados de agua y belleza mediterránea, sin habernos recuperado aún de las emociones, ya estábamos levando el ancla y zarpando rumbo al oeste.
Pasamos por Cala Galdana, una de las pocas con acceso en coche desde el interior y, por esa razón, también de las más conocidas, urbanizadas y concurridas. Nos limitamos a asomarnos para contemplarla y seguir nuestra singladura.
La siguiente parada fué en Cala Macarelleta, donde echamos el ancla para tomar el aperitivo (ya había sonado el Ángelus y todavía no habíamos tomado una sola cerveza) y darnos un segundo baño.
Tras el aperitivo, enseguida estábamos navegando de nuevo buscando un lugar protegido para comer.
Empezábamos a comprender la relación entre el viento y el barco y las ventajas de una isla de dimensiones reducidas para poder elegir en cualquier momento un lugar a sotavento donde la isla nos proteja del viento proporcionándonos un mar en calma para fondear.
La comida en Cala'n Turqueta nos permitió degustar la extraordinaria ensalada de couscous que había preparado Angélica para el viaje a Palma. Debo decir, sin que sirva de atenuante a la exquisitez de la ensalada, que el mar actúa como un catalizador gastronómico abriendo el apetito y realzando cualquier alimento a la categoría de manjar.
Después de un baño reconfortante, estábamos navegando de nuevo rumbo al oeste para buscar una cala en el norte donde dormir protegidos de los vientos del sur que nos iban a acompañar durante los dos días siguientes.
Al pasar por el extremo occidental de Menorca, frente a Ciudadela, Raúl, nuestro patrón, decidió acercarse para comprobar el estado de las obras del nuevo muelle para el ferry que debe liberar espacio en el viejo y pequeño puerto para las embarcaciones deportivas.
Una vez en la bocana del puerto optamos por entrar para comprobar si el funcionamiento de los atraques seguía siendo el mismo, condicionado por el ritmo marcado por la entrada y salida diaria del ferry.
Preguntando primero a la policía del puerto de viva voz y luego al club náutico por radio, supimos que había una plaza de atraque disponible para el primer barco que llegara y nosotros estábamos allí.
Una oportunidad como ésa no se puede dejar escapar y, dado que Ciudadela era una de las dos ciudades que pretendíamos visitar, saltamos sobre ella y nos dispusimos a atracar en una plaza muy estrecha, con apenas espacio para maniobrar, con la popa amarrada a un pantalán en oblicuo y con poca distancia para que la amarra de proa pudiera sujetar el barco, por lo que una de las amarras la aseguramos en la cornamusa de través, en el centro del barco, en lugar de usar la de proa.Unas horas después estábamos paseando por Ciudadela, la segunda ciudad en importancia de Menorca después de la capital, Mahón, oyendo las explicaciones de Jens, todo un experto tras haber vivido más de cinco años en la isla.Tomamos unas cervezas en "es Molí" (el molino), uno de los bares más antiguos de la ciudad, que ocupa las instalaciones de un viejo molino, y cenamos en casa Manolo, uno de los restaurantes del puerto.
Más tarde, en el silencio y la oscuridad de la cubierta, pudimos recapacitar sobre la cantidad y variedad de experiencias, en su mayoría nuevas, que habíamos disfrutado a lo largo del nuestro primer día de vacaciones y la velocidad vertiginosa a la que se había desarrollado el inicio de las mismas.
-- Desde Mi iPad
jueves, 5 de agosto de 2010
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