Hoy dormiremos fondeados en una cala del sur de Menorca mecidos por las olas. Esperemos que el viento sea clemente con nosotros.
Zarpamos del puerto y, antes de salir, vamos a recorrer sus cinco kilómetros, primero hasta el fondo interior y luego bordeando s'altra banda hasta salir por la bocana junto a la isla del lazareto.
Visitar un puerto como el de Mahón es todo un privilegio y pensamos aprovecharlo al máximo.
Raúl me cede el timón y al salir de la Marina viro a babor rumbo al interior.
Raúl, que ya había retomado el timón hace rato, invierte rápidamente el motor y sortea el obstáculo no sin pensar que ha rozado el cieno del fondo con la quilla. Por esta vez nos hemos librado, aunque por los pelos.
Seguimos mirando las mansiones de la ladera que sale del mar con envidia y, a falta de otro modo, nos las apropiamos mediante nuestras cámaras fotográficas.
Finalmente, dejamos la isla del lazareto a babor y cuando la superamos podemos observar que muchos barcos han buscado refugio entre la isla y la orilla norte del puerto, en una zona bien protegida de todos los vientos.
Tras navegar de nuevo frente a los impresionantes acantilados blancos
Esta cala, vieja conocida nuestra, tiene casi colgado el cartel de "completo". Hemos conseguido el derecho a elegir primero el lugar de amarre y fondeo entre los escasos disponibles por los pelos, al llegar delante de otro velero por apenas unos metros.
La cosa no está nada clara. El viento parece querer arreciar y Raúl no quiere encontrarse en un lugar demasiado encerrado donde la maniobra de salida pueda resultar más peligrosa. Finalmente decide fondear junto a un velero italiano cerca de la entrada a la cala, aunque necesitaremos encontrar algunos puntos de amarre en las paredes de Roca que configuran la cala.
Deja Raul el velero en manos de Jens dando vueltas a la entrada de la cala y se acerca, con Rubén y conmigo, en la zodiac, para reconocer el terreno.
Lo primero que hace es darme un cursillo acelerado de pilotaje de la zodiac, cursillo que, como se verá más adelante, resultó insuficiente.
Volvemos al barco, tomamos dos cabos suficientemente largos y partimos de nuevo a amarrarlos en los lugares elegidos, dejándolos allí para recogerlos más tarde.
Llevamos de nuevo a Raúl al barco para que realice la maniobra de fondeo y nos deja con el encargo de recoger los cabos y llevárselos cuando nos los pida.
Lo que siguió es una aventura, únicamente porque mi torpeza para manejar el motor y el timón de la zodiac, todo en uno, era mayor de la prevista y nuestra capacidad para gestionar el traslado de dos cabos sujetos en dos puntos separados unos treinta metros entre sí prácticamente nula.
También era destacable nuestra inconsciencia, porque durante las dificultades a las que tuvimos que hacer frente, Rubén y yo no paramos de reir a carcajadas, sin mostrar exteriormente la más mínima preocupación, extremo éste que irritó no poco, sin duda, a Raúl.
El motor de la zodiac se paró unas cuantas veces, pero conseguimos rearrancarlo inmediatamente.
Primero recuperamos el cabo más largo, el que estaba amarrado en el mismo lugar que el barco italiano.
Yo pilotaba (es un decir) la lancha y Rubén se encargaba de recuperar el cabo. Mi única instrucción, parcialmente errónea, como se verá, fue que, sobre todo, se asegurase de no perder el cabo.
Con el primer cabo en el interior de la lancha, nos dirigimos hacia el segundo, intentando vigilar, por un lado que el cabo no colgara demasiado para que no se enredase con la hélice, y por otro, que se fuera liberando para que pudiéramos llegar al otro. No prestamos atención en ese momento al lugar por el que debíamos manejar el cabo, por lo que fuimos pasando por debajo de él en una o dos ocasiones. Logramos llegar al segundo cabo y recuperarlo.
En ese momento comenzaron nuestras dificultades. Si con un cabo era difícil mantenerlo tenso para que no se enredase y flojo para que nos permitiera navegar, con dos, fijados en dos puntos alejados entre sí, y sin saber muy bien por qué lado de la lancha debíamos irlos manejando, aquello parecía una labor imposible.
En un alarde de "inteligencia", decidí dejar el motor en punto muerto y utilizar los cabos, tirando de ambos, para situarnos en un punto central desde el que nos resultaría más fácil dirigirnos al barco para entregar los cabos.
Mientras tanto, Raúl, una vez comprobó que habíamos recuperado los cabos, en un alarde excesivo de confianza en nuestra capacidad, había comenzado la maniobra de fondeo y, al observar lo ocurrido comentó con los que habían permanecido a bordo junto a él que probablemente habíamos roto el eje y nos habíamos quedado sin motor de la zodiac, que aquello era lo peor que nos podía ocurrir. Ingenuo comentario de quien no conocía todavía nuestra capacidad para empeorar las cosas.
El cabo se había enredado con un solo bucle a la hélice y no había habido estragos, ni por el lado del cabo ni por el de la hélice. Con poco esfuerzo conseguí desenredarlo y arranqué de nuevo el motor, para felicidad, efímera, todo hay que decirlo, de Raúl.
El incidente me permitió comprender que debía dejar que el cabo cayera al fondo, liberando casi todo y sujetándolo por el extremo, el chicote.
Así lo hicimos con ambos cabos y de ese modo creímos que nuestra misión empezaba a ser posible.
Y entonces sucedió lo inesperado. El motor se paró de nuevo y al intentar arrancarlo el cable del que hay que tirar para hacerlo estaba bloqueado.
Raúl se desesperaba en la popa del barco, mientras nosotros intentábamos una y otra vez tirar del cordón de arranque sin éxito.
Ante lo desesperado de la situación propuse a Raúl acercarle los cabos nadando, propuesta descabellada que fue rechazada de inmediato.
A todo esto hay que explicar que desde nuestra posición no podíamos oír lo que nos decían desde el barco, y que estábamos tan concentrados en lo que teníamos que hacer que en ningún momento se nos ocurría mirar hacia allí, por lo que las comunicaciones con Raúl estaban parcialmente interrumpidas.
Por lo visto, él, pensando que nuestro problema era que habíamos dejado la palanca en una posición de marcha adelante o atrás, y que por eso no salía el cordón de arranque, empezó a pensar en lanzarse al agua y venir nadando a resolver el problema.
Rubén y yo, viendo lo desesperado de nuestra situación, decidimos resolverlo de forma heroica y, como no teníamos remos, empezamos a utilizar nuestra manos para remar hacia el barco. Entretanto, la lancha se había colocado con la popa hacia el barco y lo primero que intentamos hacer fue remar hacia atrás sin conseguir movernos.
Es fácil imaginar la impresión que todas estas operaciones producían en los espectadores, entre los que se contaban Raúl, al borde de la desesperación, nuestras compañeras de viaje, junto a él a bordo sin saber qué pensar ni qué decir, limitándose a hacer fotos y repetirnos a gritos, infructuosamente, las órdenes que Raúl tampoco lograba hacernos llegar y, desde el barco italiano, sus cuatro ocupantes, esbozando media sonrisa, todos ellos en abierto contraste con nuestras carcajadas abiertas.
Finalmente, fue uno de los italianos quien consiguió explicarnos que debíamos poner la palanca en punto muerto para arrancar.
Dicho y hecho, en un instante la situación había dado, de nuevo un vuelco y nos encontrábamos con el motor en marcha, los cabos en nuestro poder y el barco con el ancla echada y esperando nuestra llegada para amarrarlos por la popa.
Todavía tuvieron que hacer un esfuerzo desde el barco, gritando todos a una para que comprendiéramos que nos pedían ya, con urgencia, que les llevásemos el cabo rojo, el de babor.
Debo decir que el trayecto que recorrimos no fue precisamente recto y nuestra llegada, con pasada de largo y regreso incluido no fue un alarde de maniobra marinera, pero los cabos llegaron a su destino, primero uno y luego el otro, quedándonos nosotros en la lancha, dando vueltas, esperando que terminasen la maniobra y pudieran ocuparse de nuestra subida a bordo.
Las emociones pasadas y el chapoteo de las olas habían actuado como el mejor de los diuréticos en mi organismo y llegó un momento en el que pensé que iba a inundar la lancha.
En un intento de resolver mi necesidad apremiante me acerqué a la pared de roca pensando que sujetándonos en ella, alejados de las miradas indiscretas de uno y otro barco, podría encontrar una postura desde la que vaciar mi vejiga en las aguas del mar.
El intento fué baldío, pero sirvió para provocar un nuevo ataque de ira e incomprensión en nuestro capitán Raúl que gritaba desaforado, aunque nosotros no le oíamos: "pero ¿qué hacen? Que me van a pinchar la lancha" al mismo tiempo que nosotros seguíamos riendo a carcajadas por lo ridículo de la situación, circunstancia ésta que aumentaba la irritación de Raúl.
La aventura terminó poco después con un baño reconfortante y liberador, no sin antes haber asegurado el barco con un "spring" (cabo amarrado de forma cruzada, desde un punto de la pared de roca situado a estribor hasta la cornamusa de babor, para evitar que un fuerte oleaje nos empujara contra la pared que teníamos por este último costado)
La noche resultó más agitada de lo previsto y deseable, y el fuerte viento nos meció con energía, rayando en la rudeza, para que pudiéramos experimentar una noche movida a bordo, aunque no hubo más estragos que algo de falta de sueño.
A la mañana siguiente, tras desayunar, Raúl, viendo que comenzaba a arreciar el viento y que nuestra maniobra de desamarre podía resultar peligrosa, por la cercanía de las paredes, con un viento más fuerte, decidió soltar las amarras y cambiar el punto de fondeo situando el barco en medio de la entrada de la cala, en el mismo lugar donde habíamos fondeado eldía anterior.
Conviniendo que nos vendría a buscar una hora más tarde.
Cuando llevábamos media hora en tierra se desató una fuerte tormenta que nos pilló sin más cobijo que unos árboles no demasiado frondosos, con lo que, al final, optamos por salir a
El espectáculo de la cala en medio de la lluvia, visto desde lo alto de unas rocas, con el mar al fondo y los barcos en medio de un paisaje gris entre la bruma resultaba de una belleza salvaje.
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