Es lunes y se anuncia viento del sur aunque mañana rolará al norte y será relativamente fuerte.
Decidimos aprovechar el pequeño período favorable para navegar por la costa norte de Menorca y buscar refugio en el puerto de Mahón por la noche.
Salimos de Ciudadela después de haber desayunado y recargado las neveras del barco con hielo y cervezas. Los barcos flotan con cerveza, dice nuestro capitán.
Al salir del puerto ponemos rumbo norte y, enseguida, rumbo a levante para ir bordeando la costa norte de Menorca, una costa escarpada de piedra de color negro y aguas profundas. Desde el mar, Menorca tiene el aspecto de una isla poco habitada, con grandes extensiones de bosques de pinos que pueblan sus montes bajos contemplados desde el centro por la cumbre del monte toro, a 358 metros de altura. Protegidos por la isla del viento del sur, la navegación es tranquila y muy placentera. Cuando se acerca la hora de comer nos acercamos a la cala de Binimel-la, donde fondeamos y nos damos el primer baño del día antes de comer en cubierta.No me cansaré de repetir el privilegio que supone disponer de un barco para fondear en un lugar protegido junto a la costa y vivir la tranquilidad y la belleza del mar y de la costa desde el agua. Verse rodeado de aguas transparentes, que reflejan las múltiples tonalidades del azul y nos invitan a sumergirnos en ellas y disfrutar de su frescor desde dentro.La experiencia de la playa puede ser agradable para muchos, pero el mar desde un barco es muy diferente y, para mí, infinitamente mejor.
Tras la comida reemprendemos nuestro viaje y tras pasar frente a Cala Fornells, seguimos a lo largo de la costa hasta que se nos acaba la isla, viramos entonces rumbo al sur y alcanzamos la entrada al puerto de Mahón.
El puerto de Mahón es algo especial, muy especial.Está situado en un lugar privilegiado, aprovechando una profunda ría que le proporciona un puerto natural de cinco kilómetros de longitud. Por sus características fué un lugar estratégico para el dominio del mar Mediterráneo y lo han defendido sucesivamente los españoles, los británicos y los franceses.
Cuando uno se interna en el puerto de Mahón no puede evitar pensar en la historia que nos contempla desde sus dos orillas, la que ocupa la ciudad de Mahón y "s'altra banda" (el otro lado), en otros tiempos la zona más pobre, hoy ocupada por magníficas mansiones solo al alcance de los más pudientes del lugar.
Pasamos en primer lugar junto a la isla del lazareto, que dejamos a estribor. Tras ella las dos orillas se abren y dejan un gran espacio para la navegación hasta la isla del Rey, situada en el centro de la ría.
Aprovechamos ese amplio espacio frente a la isla del Rey para recoger la vela mayor, que habíamos desplegado para que nos proporcionara estabilidad y algún nudo adicional a nuestra velocidad. Para ello, Raúl me invita a ponerme el timón y poner proa al viento con el fín de desventar la vela facilitando de ese modo la operación. Mientras él, subido en las barandillas del balcón de proa va ayudando a plegarse correctamente a la vela, los marineros, Rubén y Jens, van cobrando cabo de la driza de la mayor,
Una vez concluida la maniobra y asegurados los cabos, retomamos nuestro camino, ya únicamente impulsados por el motor, para buscar nuestro punto de amarre en el puerto, previamente reservado por teléfono.
La tarea se presenta más complicada de lo previsto. Esta noche va a entrar la Tramontana, el temido viento del norte, y la mayoría de los barcos han buscado refugio en Mahón. Los marineros encargados de las labores de atraque desde tierra están desbordados, se habla de una espera de dos horas para el amarre, la radio no contesta a nuestras llamadas. Raul sugiere acercarnos al muelle y tratar de buscar un marinero para llamarle a viva voz. La maniobra surte efecto y rápidamente un marinero nos indica nuestro punto de amarre, entre dos especies de apartamentos de lujo flotantes.
Barco amarrado, luz y agua disponibles, nos duchamos, dejamos el iPad cargando y nos vamos a tierra, donde Jens nos ha reservado, en el restaurante de su amigo Luis, el Bósforo, una caldereta de Langosta que se promete deliciosa.
La caldereta de langosta es un plato curioso. Por su aspecto, parece un caldito con aroma de marisco. Pensando en el precio, uno tiene la sensación de que nos han servido una entrada que vendrá seguida de algo más contundente.
Cuando terminas el plato de "caldo" y el camarero te ofrece repetir, te das cuenta de dos cosas. Una, que ese caldo es la caldereta. Y dos, que ya estás saciado y únicamente vas a repetir porque está tan bueno que sería un pecado dejar algo en la cazuela.
De vuelta al puerto, Raúl tiene que hacer uso de sus habilidades como escalador para colarse en el pantalán y abrirnos la puerta de acceso al mismo desde dentro pues no hemos tenido tiempo de recoger la tarjeta de acceso.
Esta noche vamos a dormir bien, ya son dos días, tres para alguno, de emociones marinas y la caldereta está empezando a abotargarnos.
-- Desde Mi iPad
jueves, 12 de agosto de 2010
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