jueves, 25 de agosto de 2011

La (errónea) reforma de la constitución para limitar el déficit público

Dice John Keneth Galbraith en su Historia de la Economía que cada problema hay que analizarlo según sus circunstancias y que el afán de muchos economistas por aplicar las recetas del pasado a los problemas del presente son un error.

Alemania tuvo un episodio dramático tras la primera guerra mundial que generó una inflación exageradísima y hundió su economía.

El recuerdo de aquellos años y su intención de no repetir el mismo error les llevó a incluir en su constitución, tras la segunda guerra mundial, algunas normas para impedir que aquella situación se repitiera.

Y sesenta años más tarde, quieren que todos los países del Euro apliquen las mismas normas para resolver una situación que nada tiene que ver con aquello.

Es de sentido común, y casi todos lo aplicamos en casa, que no se puede gastar de modo indefinido más de lo que se tiene, más de lo que se ingresa.

Pero nadie necesita en su casa que esa norma de sentido común figure en las leyes y pueda ser perseguido en los tribunales si se endeuda más de ciertos límites. Cada uno sabe cuáles son sus perspectivas económicas de futuro y lo que tiene que hacer para lograr la mejor situación posible.

Muchos emprendedores, la mayoría, no habrían podido desarrollar sus empresas si hubieran tenido un corsé similar.

Todos sabemos que la misma norma, aplicada por un gobierno de un signo o por otro de signo muy diferente, puede dar lugar a políticas absolutamente distintas.

Claro que si gobierna la izquierda durante una crisis económica y hay una norma que dice que no se puede mantener un déficit excesivo durante más de un cierto tiempo, el gobierno fijará prioridades que reducirán el gasto público en aquello que pueda ser prescindible manteniendo la protección de los más desfavorecidos y asegurando hasta el límite máximo la inversión y el gasto público para relanzar la economía. Llegado el caso, incluso subirá los impuestos para asegurar el mantenimiento de la redistribución de la riqueza para garantizar el máximo de bienestar a los menos favorecidos económicamente.

Pero, si gobierna la derecha durante la misma crisis y existe esa norma, el gobierno se apoyará en ella para reducir gasto público, suprimiendo políticas sociales necesarias, condenando a los más desfavorecidos a sufrir la crisis, en aras de mantener las políticas económicas que les son apreciables, bajando impuestos a las empresas para que inviertan más, bajando impuestos a los ricos para que dediquen el dinero a invertir y, por supuesto, evitando cualquier subida de impuestos.

Es legítimo que un gobierno de derechas haga eso si ha obtenido la confianza de la mayoría de los votantes.

Pero no es necesario darle a través de la constitución argumentos adicionales para hacerlo.

Con esa misma norma los Estados Unidos de América no habrían podido ampliar el techo de su deuda sin modificar la constitución.

Creo que todos los gobiernos de derechas europeos están muy satisfechos de que esa ampliación haya sido efectiva, porque ha evitado un colapso de la economía mundial.

Vuelvo al sentido común que defendía John Keneth Galbraith en su "Historia de la Economía": cada situación requiere un análisis específico y unas medidas específicas e intentar encontrar la solución aplicando ciegamente las recetas del pasado es una insensatez. Fijar este último procedimiento, el de la referencia al pasado, como el único aplicable a través de a Constitución es una muestra de estupidez.

Otra cosa sería que Europa tuviera una política económica única, con una fiscalidad común. Entonces podríamos limitar desde el gobierno Europeo las opciones de cada país, del mismo modo que hoy consideramos lógico limitar desde el gobierno español las opcione de cada Comunidad Autónoma y de cada Ayuntamiento.

Echo de menos que la señora Merkel pida a los países del sur, como España que se alineen con Alemania subiendo sus impuestos hasta llegar al mismo nivel de presión fiscal que tiene su país en lugar de poner trabas a las políticas de gastos. Cuando estemos al mismo nivel que ellos en gastos e ingresos (siempre en proporción al PIB) hablaremos, mientras tanto, las comparaciones, además de odiosas, son tendenciosas.


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