viernes, 7 de agosto de 2009

La Acrópolis de Atenas

Hoy nos hemos levantado temprano para demostrar que nos tomábamos en serio la visita a la Acrópolis.

Tan temprano que antes de las nueve ya estábamos en las taquillas de la entrada y, enseguida, dentro del primer recinto leyendo la información sobre el templo de Dionisos, quizás lo más apropiado para nuestro carácter como toma de contacto con este lugar, cuna de la cultura occidental.

Antes de subir a la impresionante explanada de la Acrópolis hemos saboreado de cerca el teatro griego desde las gradas del anfiteatro situado a los pies de la muralla, del que se conserva la parte baja de las gradas, la orquesta, y algunos frisos del escenario.

También se conservan, allá arriba, ya pegadas a la muralla, las dos columnas que marcaban la parte alta de las gradas, que en su momento acogían a quince mil personas.

Continuando con el camino de subida, y tras pasar el control de la segunda verja, llegamos a la puerta de entrada a la explanada superiór de la Acrópolis, a la que se llega subiendo una empinada escalinata que deja a la derecha el templo en restauración (de la lamentable restauración anterior) dedicado a Atenea Nicea, la de la victoria, a la que esculpieron sin alas para evitar que se marchara de la ciudad.

Ya este paso impresiona al visitante y le hace sentirse insignificante, pero al traspasar la puerta llega la impresión fuerte al encontrarse cara a cara con la fachada occidental del Partenón.

Ni los andamios y maquinaria de construcción, ni el deterioro del monumento nos impiden experimentar una emoción muy fuerte, al encontrarnos con esas piedras que vieron a tantos hombres cuyos nombres nos resultan míticos al tiempo que nos invade una gran admiración por los diseñadores y constructores de semejante maravilla.

Uno tiene pocas veces la oportunidad de encontrarse por primera vez delante de un monumento que, sin haberlo visto nunca, nos resulta archifamiliar de tanto haber leido sobre él y haber visto fotografías o grabados.

Sucede pocas veces en la vida, y hay que disfrutarlo como se merece, reposadamente, sin prisas.

Tras el encuentro inicial y la experiencia casi personal con uno de los iconos de nuestra infancia, descubrimos el resto, lo que no conocíamos ni habíamos imaginado antes.

En primer lugar, es sorprendente la ubicación de la Acrópolis, en una meseta amplia, protegida del exterior por una altísima muralla que desde el interior se percibe como una barandilla protectora de apenas metro y medio en su punto más elevado.

Desde aquí se domina el panorama de la ciudad de Atenas, que nos rodea ocupando los 360º alrededor con sus cuatro millones de habitantes. Panorama que, en el siglo 5 AC, en los tiempos de Pericles, debía ser muy distinto, sin los edificios actuales, que entonces serían campos, cultivados y en barbecho, y sin duda algunas encinas, robles, olivos y quizás pinos.

Todo ello unos cien metros más abajo.

La sensación que se tiene recuerda el clima que se creaba en las catedrales góticas, donde su enorme altura, contemplada desde abajo, pretendía impresionar a los visitantes con la omnipotencia divina.

Aquí, la sensación es similar, pero se invierten los papeles, haciendo al visitante experimentar la omnipotencia del que observa al resto del mundo desde la altura, tanto física como artística, que nos proporciona nuestra presencia en la Acrópolis.

Hay otro monumento importante en este recinto, el Erecteión, que muchos conocemos por las cariátides, y que entre otras curiosidades importantes, incluye la solución dada por el arquitecto a su edificación en un terreno con diferentes alturas, salvadas, con una inteligente dosis de equilibrio, como todo el arte griego clásico, mediante tres cuerpos de edificio diferentes, todos formando una unidad.

Pero todo lo que podamos ver, tanto en lo relativo a los monumentos, como en lo tocante a los colosales trabajos de restauración en curso, queda eclipsado por la sensación de poderío y elevación que indico anteriormente.

Tras la visita a la Acrópolis es muy recomendable seguir nuestro ejemplo y complementarla con un recorrido por el recien inaugurado museo de la Acrópolis, siutado junto al camino de acceso a aquélla, en la calle de Dionisos Areópago, donde las autoridades griegas han dispuesto, en su planta superior, un marco a tamaño real en el que se exponen las piezas existentes en su poder de las esculturas que componían los frisos oriental y occidental del Partenón, así como de las metopas de sus cuatro fachadas.

Es de destacar que junto a las piezas existentes, han reservado el hueco correspondiente para las piezas restantes, en poder de los paises que expoliaron dichas maravillas artísiticas, y que se exponen actualmente sobre todo en los museos del Reino Unido y Francia.

También merecen nuestra atención las cariátides del templo Erecteión, que contemplamos en la primera planta del museo.

Si los elementos lo permiten, esta noche completaremos nuestra experiencia ateniense con una visita nocturna a la Acrópolis, aprovechando que, con motivo de la luna llena, el recinto estará abierto y con libre acceso desde las nueve hasta la una de la madrugada. Hoy, además con el incentivo adicional de la conjunción de la Luna con Júpiter

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