Cuando llega el plenilunio, una vez al mes, los atenienses abren la Acrópolis a todos los visitante para que, de modo gratuito, puedan disfrutar de la magia de ese lugar con la única iluminación de la Luna llena, desde las nueve de la noche hasta las dos de la madrugada.
En esta ocasión había un aliciente añadido, al coincidir con una conjunción de Júpiter con la Luna para realzar el espectáculo.
La calle Dionisos Areopagitu y la subida a la entrada de la Acrópolis, eran un reguero de gente en ambas direcciones.
El interés del evento, pese a la larga cuesta que hay que superar para llegar a la explanada de la Acrópolis, congregó a una gran cantidad de personas.
El recinto estaba a oscuras, con la iluminación mínima para evitar accidentes en los puntos más delicados.
La magia del lugar, la ausencia de luz artificial y la presencia de la Luna con Júpiter junto a ella parecía incitar a la gente al recogimiento. El silencio reinaba frente al Partenón, cuya paz únicamente parecía turbarse con los flashes de las cámaras de fotos.
Salvo unos pocos privilegiados, provistos de trípode y cámara sofisticada, así como de los conocimientos necesarios para manejar manualmente las sensibilidades, y tiempos de exposición de sus cámaras, la mayoría de la gente únicamente pudo arrancar al embrujo de la noche ateniense un retrato con fondo invisible.
Por mi parte, a falta de trípode, traté de jugar con los ajustes de la cámara y el apoyo de alguna piedra para capturar en la pantalla la imagen del Partenón, ténuamente iluminado, con la Luna y Júpiter contemplándolo desde un cielo salpicado de nubes.
El resultado se podrá ver más adelante, cuando, de regreso a casa, pueda extraer las fotos de una cámara demasiado moderna para el viejo Windows 2000 de mi portátil.
Tras el obligado tributo a la inmortalización en imágenes de las experiencias viajeras, pasé a vivir la experiencia propiamente dicha, sin intermediarios tecnológicos.
Momento difícil de describir, en la oscuridad de la Acrópolis, a solas con las viejas piedras evocadoras de unos mitos sobre la democracia algo exagerados, lo reconozco, pero muy arraigados en mí por haberlos interiorizado siendo muy jóven.
La contemplación de la belleza producida por la lenta y progresiva iluminación de los monumentos, como punto final de la fiesta del plenilunio, cerró una noche intensa en emociones.
A la salida, no pudimos evitar un sentimiento de pena al observar a tres muchachas que no pudieron entrar por llegar justo después del cierre de puertas, cuando aún la Acrópolis estaba llena de gente.
Tendrán que esperar al siguiente plenilunio, o tal vez mucho más ...
Me has dado una envídia increíble leyéndote ;)
ResponderEliminarSeguro que lo disfrutaste.
Saludos