sábado, 25 de julio de 2009

Ilusionadme por favor. Introducción: Luchemos por la utopía

Empiezo una serie de cuatro artículos para responder a la petición que Ana Aldea nos hace a los lectores de su blog en un artículo con este mismo título


Ana, pese a que su edad no es propia de nostalgias, evoca con con una pizca de envidia aquellas ideas que a lo largo de la historia consiguieron movilizar a los luchadores por el progreso y se queja del vacío de hoy.


Y nos pide que le demos algo por lo que se puedan movilizar los jóvenes de hoy, algo en qué creer.



Voy a estructurar mi respuesta, que espero que sea una entre muchas, en una introducción, que incluyo a continuación, y tres capítulos que publicaré sucesivamente en este blog:

  1. El Optimismo Ilustrado

  2. El empleo y el reparto de la riqueza

  3. La Revolución Pendiente


En primer lugar, permitidme presentar la idea, el objetivo, que debería hacer que se levanten de su silla los jóvenes:


Luchar por la felicidad de todos los hombres devolviéndoles tiempo de vida



El argumento es bastante simple: La Humanidad ha logrado en los últimos 70 años, desde la Segunda Guerra Mundial, progresos científicos y tecnológicos para los que se nos han acabado los adjetivos. Como dicen muchos ahora, no son espectaculares o inimaginables o milagrosos, sino "lo siguiente" .



Este progreso se caracteriza por una aceleración contínua, como si fuera un objeto cayendo al suelo, siendo los avances cada vez más rápidos y más espectaculares.



Pero todos esos adelantos no han servido para que el hombre, las personas, logren un progreso similar en su calidad de vida. El hombre no se ha aprovechado del progreso de la ciencia para vivir mejor, no en la medida en que sería razonable.



El hombre debería disfrutar, por fín, del ocio gracias al tiempo libre que le puede proporcionar el avance de la tecnología.

Ramón Jáuregui lo explicó mejor que yo en un artículo publicado en el Pais el 27/05/2005, que pese a su longitud recomiendo encarecidamente leer. Este artículo de Ramón Jáuregui (¿Hay que trabajar más?) debería ser de lectura obligada para toda persona que se quiera dedicar a la política.

Por mi edad y porque a España esos adelantos llegaron más tarde por nuestra marginación tras la Guerra Civil, he sido testigo directo de una buena parte de dicho proceso, y recuerdo en primera persona casi todos los avances habidos.

Recuerdo que en los años sesenta mi padre trabajaba, como contable, 42 horas semanales en un horario que incluía las mañanas de los sábados.

Hoy, casi cincuenta años, y varios millones de inventos, más tarde, yo trabajo 40 horas semanales, aunque he conseguido, éso sí, ganar la mañana de los sábados para el ocio.

Ésto sin contar con que mi padre era el único de una familia de 5 personas que realizaba una actividad remunerada, mientras que hoy, la norma es que haya al menos dos personas por familia haciendo lo mismo.

Si hacemos la comparación a escala familiar, en mi familia de los años sesenta, se trabajaban 42 horas a la semana para mantener a una familia de cinco personas. En mi familia de hoy se trabajan 40+35= 75 horas semanales para mantener a una familia de 4 personas.

En esos mismos años, el progreso científico y tecnológico ha sido brutal, y ha permitido reducir la cantidad de horas de trabajo para generar riqueza en regresión geométrica.

Hoy, en la industria, cualquier artículo requiere, para su fabricación, menos de una décima parte de las horas de trabajo que requería en los años sesenta. Si hablamos de trabajos de oficina, en los años sesenta mi padre dirigía un departamento radicado en Madrid que se ocupaba de la contabilidad de la delegación de una agencia de viajes española en Francia, con una única oficina en París. El número de efectivos de dicho departamento osciló entre 12 y 20. Hoy, con los programas informáticos existentes, es posible llevar la contabilidad de una empresa diez veces mayor con una o dos personas, sin hablar de la mayor fiabilidad de los datos.

Cuando tenía diez o doce años creía que el progreso nos llevaría a trabajar cada vez menos y hoy contemplo estupefacto que prácticamente nada ha cambido en ese terreno.

Termino esta introducción con el último párrafo del artículo de Ramón Jáuregui citado anteriormente:

Es aquí donde volvemos a la política. A la política con mayúsculas. A la política de la utopía. Ni el robot ni el chip tienen por qué condenarnos al paro, a la desigualdad o a la insania del tiempo acelerado y en fuga. Nos están dando los medios para reequilibrar necesidad y libertad, para crear una utopía concreta y cotidiana que nos permita recuperar el tiempo que vivimos

Y yo grito: ¡Luchemos por la utopía!

(próximo capítulo: El Optimismo Ilustrado)

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