Es envidiable la felicidad permanente e incoercible de Esperanza Aguirre.
Si algo va mal, ella es feliz, porque podrá encontrar algún enemigo al que acusar de ser el responsable del mal y ella saldrá ganando.
Si algo va bien, ella conseguirrá encontrar una explicación (y alguien se la publicará, aunque sea su TeleMadrid desacreditada) que la ensalce.
Y si no pasa nada, ella hará lo necesario (o alguno de sus vasallos pelotas) para justificar una noticia o una foto en algún medio que le permita arañar o conservar algún voto.
Porque el único objetivo, lo único que motiva la más mínima acción de Esperanza Aguirre o de su entorno no es, nada más lejos de su intención, el servicio al ciudadano, sino el servicio a ella misma.
Cuando habla, lo que dice no tiene ninguna importancia, porque únicamente habla si lo que dice le va a servir de algo (es decir, si va a ganar o conservar algún voto). Es por tanto un insulto a la inteligencia escucharla y reflexionar sobre lo que dice, porque no se corresponde con el pensamiento íntimo de alguien o con alguna reflexión apoyada sobre el sentido común, sino que es simplemente una herramienta al servicio de sus intereses inmediatos que son electorales.
Pero no nos equivoquemos. Ganar unas elecciones, para algunos significa tener la oportunidad de servir al bien común. Para ella únicamente tiene el objetivo de obtener algún beneficio, en último término económico.
Odio tener que dedicar tanto espacio a alguien tan estéril e insignificante desde el punto de vista intelectual (no quiero decir que sea tonta, quiero decir que únicamente utiliza su inteligencia, mayor o menor, para servir a sus intereses personales, algo que es un pecado capital en el caso de un político)
Me siento obligado a hablar de ella por la excesiva cantidad de personas que respaldan sus intereses personales, ya sea por manipulación o por estupidez intrínseca. Ya sé que es políticamente incorrecto decir que los que votan una determinada opción son poco inteligentes (alguien dijo tontos, pero se le echaron encima, aunque lo piensen muchos) pero creo que es intelectualmente denigrante no denunciar a este tipo de personas.
Hace algunos años era difícil encontrar en Madrid alguien que fuera capaz de reconocer que votaba a Alvarez del Manzano, pero él conseguía ganar las elecciones.
Cuando se desencadenó la última guerra de Irak más de un 90% de los españoles estaba en contra, pero el gobierno que había sido elegido por una mayoría de los españoles patrocinó esa guerra. Y en las siguientes elecciones, un porcentaje muy elevado, cercano al 40% siguió dando su apoyo al partido que respaldó esa guerra en contra de la opinión abrumadoramente mayoritaria de los españoles.
Es uno de los límites de la democracia actual, que siendo el mejor sistema posible (y que no nos lo toquen, por favor) es muy susceptible de manipulación por parte de los que disponnen del poder, tanto cuando son buenos (despotismo ilustrado) como cuando son malos (dictadura)
Aunque de este artículo alguien podría deducir que yo querría ser tan desenvuelto moralmente como lo es Esperanza Aguirre, con el fín de ser felíz en cualquier circunstancia, debo precisar que, por el contrario, prefiero de lejos ser desgraciado pero coherente con mis sentimientos y mis ideas, y defender principios (justicia, libertad, etc.) palabra que a la susodicha Esperanza, únicamente le sugiere iniciación (de un banquete, de un acto exaltativo, etc.) pero de ningún modo, convicciones.
Como diría Spencer Tracy, "Vive la diférence!" (entre ella y yo)
Este artículo es un juicio de intenciones, sin ninguna duda. Como decía un poeta cantado por Paco Ibáñez, "maldigo la poesía del que no toma partido, partido hasta mancharse".
Pues éso
sábado, 10 de enero de 2009
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