viernes, 17 de junio de 2011

Buenas noticias

En el año 2002, mientras trabajaba en un gran proyecto informático para implantar un nuevo sistema de gestión en la multinacional química donde trabajo desde hace veinte años, me aseguré de que, al analizar cada fase de la implantación del sistema para obtener enseñanzas de cara al futuro se destacara tanto aquello que se había hecho mal, para corregirlo en posteriores etapas, como aquello que se había hecho bien, con el fin de asegurarse de que no se perdía esa excelencia en el futuro.
Había vivido varias experiencias en las que la tendencia de la mayoría a analizar únicamente lo que había fallado había dado como resultado que, en las siguientes ocasiones, se corrigieran errores del pasado pero se cayera en otros que anteriormente no se habían producido, perdiendo así una parte importante de lo ya adquirido.
Es frecuente que solo nos demos cuenta de la importancia de lo que tenemos cuando lo perdemos.
Probablemente, de haber sido conscientes de ello, no lo habríamos perdido.

Viene esto a cuento de la política, los medios informativos y el proceso de decisión del voto.

Hace unos días me fui a la cama, por la noche, en un estado de felicidad consciente. Había realizado varias tareas domésticas pendientes y había sido capaz de controlarme dedicando únicamente media hora, intensa, eso sí, a dialogar a través de las Redes Sociales de Internet sin enredarme hasta muy tarde como suele ser habitual.

A la mañana siguiente, los informativos de la radio se encargaron de arruinar mi estado de ánimo.

Mi despertador me devolvió a la consciencia vomitando malas noticias, una detrás de otra.
El locutor que las recitaba parecía satisfecho con ellas, como si estuviera pensando: "¿crees que la vida es bella? pues te equivocas, el mundo en el que vives es una mierda y yo estoy aquí para abrirte los ojos y fastidiarte el día"

No sé por qué ese día me puse a pensar en ello, en cómo las malas noticias son la abrumadora mayoría de las que se emiten en los informativos. Hay veces que tienes la realidad delante y la ves con claridad, sorprendiéndote de no haberla visto antes.

Los informativos no reflejan la realidad. Lo que hacen es crear la sensación de una realidad paralela, falsa y mucho más triste, a base de escamotearnos todo lo que pasa de bueno en el mundo y seleccionar principalmente las malas noticias.

Debería estar prohibido escuchar los informativos por la mañana al levantarse

Las malas noticias están sobrevaloradas. Su sobre-representación en informativos y prensa crea estados de opinión artificiales

A base de escuchar y leer la información así seleccionada, un día detrás de otro, acabamos olvidando todo lo que se hace bien en el mundo.

Como la política está también sobre-representada en los medios de información, el efecto anterior es especialmente intenso en nuestra toma de posición con respecto a la política.

Nos cuentan, cada día, todo lo que hacen mal los políticos. Cuando hacen algo bien, resulta que eso no es atractivo porque es lo normal, es su obligación y no es necesario destacarlo.

De ese modo, a través de la información publicada, se acaba generando una percepción de la acción política como algo realizado por gente incapaz o corrupta que hace las cosas mal por ineptitud o por maldad.

Para el periodista resulta fácil dar una mala noticia. La diferencia entre un político y un periodista es que el periodista no está obligado a proponer una solución cada vez que denuncia algo

Así acabamos pensando, injustamente, que todos los políticos son iguales, por supuesto, malos.

Y también convencidos, con fatalismo, de que todo intento por nuestra parte de influir sobre ese estado de cosas es vano, que en realidad da igual a quién votemos o qué reivindiquemos, porque el resultado será siempre el mismo.

Pues bien, desde aquí llamo a rebelarse contra la presencia excesiva de las malas noticias en los medios informativos.

Sin una prensa independiente y equilibrada, que no equidistante, corremos el riesgo de ser manipulados y adormecidos, perdiendo el espíritu crítico y forjando nuestra posición sobre argumentos negativos.

Al final, no votamos a favor de aquel que hace las cosas mejor según nuestro criterio y nuestros valores, sino en contra del que las hace peor. Y con frecuencia acabamos absteniéndonos porque no vemos nada positivo en las opciones.

Yo quiero rebelarme contra el negativismo, quiero que me cuenten también las buenas noticias, quiero conocer a los buenos políticos, quiero que ellos sientan que se les juzga por cada cosa que hacen bien tanto como por aquello que hacen mal.



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