Una semana para el recuerdo.
Empiezo a escribir esto en la terminal T4 del aeropuerto de Barajas, un domingo por la noche que cierra una semana de aventuras viajeras mientras espero que nos llamen a embarcar, camino de Lyon, aunque ya nos han anunciado un retraso de hora y media por la llegada tardía de la tripulación, que viene en otro vuelo.
Creía que la anulación del vuelo de vuelta, hace unas cuantas semanas, obligándome a pernoctar en el hotel del aeropuerto de Lyon, había sido el incidente destacado de mis viajes durante este año.
Hago una media de al menos cuarenta viajes al año desde 2001 y apenas he tenido incidentes que destacar, una anulación hace muchos años y algún episodio de turbulencias eran los mas llamativos.
Primera parte: Nieva sobre Lyon
El pasado martes, mientras comía una pieza de buey en el restaurante junto a la oficina, cerca de Lyon, ví cómo arreciaba la nevada que había empezado a caer al llegar y empecé a preocuparme.
Al volver a mi despacho llamé al taxista y adelanté media hora la cita que teníamos para que me llevara al aeropuerto.
Cuando dieron las 18h00 me planté en la recepción del recinto, sacudiéndome la nieve, dispuesto a subirme al taxi y salir pitando hacia el aeropuerto.
La autopista del Sur, que pasa justo por delante, estaba atascada. La gruesa capa de nieve que ya se había formado dificultaba la circulación.
Media hora más tarde, Eveline, la recepcionista, recibe una llamada de Geoffray, el taxista, que le anuncia que no será él, sino Olivier, quien me recoja, y que llegará con algo de retraso por los atascos.
Tras comprobar que el avión que me tenía que llevar a casa había salido con una hora de retraso de Madrid, a las 19h10, pude subirme al taxi de Olivier, que llevaba llevaba dos horas metido en un atasco.
Tardamos casi dos horas en llegar al aeropuerto, Olivier buscando el camino más despejado posible, usando el arcén cuando podía, y yo consultando por internet el estado del vuelo de venida y rezando para que tuviera el mayor retraso posible y me diera tiempo a embarcar.
Poco antes de llegar comprobé que el vuelo había sido desviado a Toulouse porque el aeropuerto de Lyon estaba cerrado.
Olivier me esperó para llevarle de regreso a Lyon y yo me acerqué a confirmar que en el aeropuerto no podían resolver nada porque no sabían cuando iba a reabrirse.
Estábamos en la semana de Pollutec, la feria más importante del año en Lyon. Todos los hoteles de Lyon y alrededores estaban completos desde hacía varias semanas. Seguía nevando y yo me encontraba en el desamparo más absoluto.
En el camino de vuelta empecé a buscar teléfonos de hoteles por internet y llamé a unos cincuenta, incluido el que uso habitualmente, sin éxito.
Temiendo que, como solución de emergencia iba a tener que pasar la noche en algún bar de los que abren hasta muy tarde, aunque las copas de las señoritas fueran muy caras, me bajé del taxi delante de mi hotel habitual, viendo partir a Olivier con una preocupación doble, por mi suerte y por su regreso a casa.
Eran casi las once de la noche. Cuando ví a Stephanie, la responsable de Recepción, me animé un poco, porque me conoce bién y hace unos meses me entregó ella directamente la tarjeta de cliente preferente.
Tras escuchar mis desventuras, pese a que el hotel estaba completo, acabó adjudicándome una habitación de alguno de los clientes a los que todavía esperaban diciéndome: "no hay nada disponible, pero, no le iba a dejar en la puerta".
Aquél fué uno de los mejores momentos del viaje.
A la mañana siguiente pasé buena parte de la mañana en la habitación del hotel buscando una forma de volver a Madrid apoyándome en Internet y en contacto con mi agencia de viajes.
Me consiguieron un vuelo desde París, pero había que llegar allí a tiempo, de modo que salí pitando hacia la estación del tren.
Normalmente el camino del hotel a la estación se recorre a pié en 20 minutos, pero con las calles llenas de nieve, el suelo resbaladizo y la maleta a cuestas, aquél récord era una entelequia.
Al llegar a la estación, todavía había que sacar un billete y subir al tren de las doce, el único que me garantizaba el enlace en París.
Llegué con apenas quince minutos de margen y me fuí directo a las máquinas automáticas, donde comprobé con desolación que todos los trenes estaban llenos hasta las cuatro de la tarde.
Compré el billete, para tener algo, y me fuí al andén dispuesto a colarme en el tren de las doce por cualquier medio.
Un rato después, no solo estaba a bordo, sino que había conseguido un asiento para pasar las dos horas de trayecto instalado cómodamente y navegando por Internet. En realidad, la mayoría del pasaje estaba en la misma situación que yo, era gente agobiada intentando escapar de Lyon por cualquier medio.
Volví a casa con un día de retraso, tras haber reciclado alguna muda, y pensando en que al día siguiente, debía volver a París para una reunión importante.
Segunda parte: Vuelo cerrado
El jueves, a las 5 de la tarde, estoy en Barajas dispuesto a hacer la facturación para el vuelo de París, con billete de Air France aunque el vuelo lo opera Air Europa.
Aglomeraciones frente a los mostradores de facturación. Me dirijo a la fila reservada a los poseedores de tarjeta "Frecuencia Gorda" y, en cinco minutos, me indican que tengo que ir al mostrador de Air Europa. Allí la fila de los privilegiados es un poco mas larga, me toca esperar más de un cuarto de hora. Cuando llego al mostrador oigo, incrédulo, que el vuelo ya está cerrado. Protesto indicando que llevo casi 20 minutos en la fila y no han avisado y la señora del mostrador, muy ofendida, me dice que ella no miente y que ha avisado cuando faltaban 50 minutos. Observo con claridad que ya ha tomado partido y no va a hacer nada por mí, de modo que me dirijo a la oficina de información de Air Europa donde me dicen que, como mi billete es de Air France, tengo que ir allí. En la oficina de Air France hay una muchedumbre tratando de resolver sus problemas, provocados por las anulaciones y retrasos provocados por el mal tiempo desde dos días antes. La fila prioritaria reservada a los viajeros frecuentes tiene al menos 15 personas. Ante la imposibilidad de llegar a hablar con alguien antes de la salida de mi vuelo, llamo a la agencia de viajes que me muestra su impotencia. Me dirijo de nuevo al mostrador de facturación de clientes fieles de Air France, donde hay una señorita que no está atendiendo a nadie en este momento y le cuento mis penas. Para mi agradable sorpresa, me dice que va a hablar con su jefe a ver lo que puede hacer. Tras unos interminables minutos, sale del despacho de información de Air France para decirme que no puede hacer nada, que me lo tiene que resolver Air Europa puesto que yo había facturado y perdido el vuelo y que de todas formas no hay una sola plaza libre en los vuelos a París en los tres días siguientes.
Cazando al vuelo las palabras de la amable empleada, empiezo a pensar que quizás todavía tengo una ligerísima esperanza si mi intento de sacar la tarjeta de embarque por internet, que se saldó con un mensaje de error y una indicación de dirigirme al mostrador de facturación hubiera, por casualidad, dejado mi billete en estado "facturado". Rápidamente me dirijo de nuevo al mostrador de facturación de Air Europa, a la chica de al lado de mi "enemiga" y le explico que quizás esté facturado y sölo me falte imprimir la tarjeta. Ella mira en su ordenador y ¡bingo! me imprime la tarjeta y me dice que vaya corriendo porque acaban de iniciar el embarque. Una carrera por el aeropuerto, colándome en el control de equipajes por delante de los demás viajeros, me permite llegar, sudado y jadeante, a la puerta de embarque con tiempo suficiente para tomar un vuelo que ya daba por perdido.
En ese momento, ingenuo de mí, me creía un afortunado.
Tercera parte: Los Controladores cierran el espacio aéreo español
Al día siguiente, viernes, tras haber participado en una reunión importante para mí, llego al aeropuerto Charles De Gaulle de París con el tiempo justo para tomar una cerveza en el Salón VIP y salir hacia Madrid, de vuelta casa con la intención de disfrutar de la fiesta que cada viernes organizamos con los amigos tras las clases de baile, a las que no me da tiempo a llegar.
Todo parece transcurrir normalmente, el vuelo de Barcelona, de la misma hora que el mío, sale puntualmente. Mientras espero en el Salón, me conecto a Twitter con mi iPad y veo que el aeropuerto de Palma de Mallorca está cerrado por un conflicto de los controladores aéreos. Poco después anuncian un retraso en mi vuelo, mientras leo en Twitter que los controladores de Madrid también están empezando a movilizarse. Finalmente mi vuelo es cancelado. Yo quiero volver a casa para descansar y preparar mi equipaje para cuatro días de viaje a Lyon, a partir del domingo por la noche. El servicio meteorológico anuncia para la próxima madrugada lluvia y hielo en las carreteras alrededor de París. El tren París - Madrid ha salido hace unos minutos de la estación de Austerlitz. La única alternativa razonable, mientras empiezo a pensar en alquilar un coche y salir pitando hacia Madrid, es cambiar mi vuelo por otro hacia Barcelona que parece estar operativo y sale dentro de una hora. En el Salón VIP de Air France me cambian la tarjeta de embarque mientras compruebo en mi iPad los horarios del AVE Barcelona - Madrid en la mañana del sábado.
Estoy contento por haberme adelantado a los demás y orgulloso de mi astucia y manejo de los secretos del aeropuerto cuando anuncian el cierre de todo el espacio aéreo de España y la consiguiente cancelación de mi vuelo a Barcelona. Nos piden salir de nuevo a la zona de facturación para que nos den una habitación en un hotel y nos intenten acoplar en algún vuelo al día siguiente. Viendo las escasas posibilidades de viajar el sábado, tomo la única alternativa que me queda para llegar a casa el sábado: un coche de alquiler y viajar toda la noche.
Recorro varias oficinas de alquiler hasta encontrar una que tiene vehículos disponibles para devolver en Madrid, al precio algo abusivo de más de 700 euros y, por fín, a las 20h30, me encuentro al volante de un coche saliendo del aparcamiento del aeropuerto, con unas vagas indicaciones del agente de la oficina y mi iPad y mi teléfono-punto de acceso WIFI improvisado, con algo de batería restante para orientarme en el camino hacia España.
Me resulta fácil llegar al Periférico de París, pero me cuesta dos equivocaciones encontrar la salida adecuada del mismo y la bifurcación correcta más adelante para llegar a la carreta de Orleans, Poitiers, Burdeos y finalmente Biarritz junto a la frontera española.
Al empezar el camino me encuentro bien despierto y decido, para mantenerme así lo máximo posible, comprar unas coca-colas y unos frutos secos y racionarlo al ritmo de un trago de coca cola cada 15 minutos y un puñado de frutos secos cada media hora. De ese modo podré mantener mis energías sin dormirme.
La otra preocupación del viaje son las condiciones climatológicas. Trato de apresurarme para evitar la lluvia helada anunciada para la madrugada. La temperatura exterior será de -2 a -4 grados durante todo el trayecto por Francia, llegando a los 10 bajo cero en algunos puntos de España.
A las diez menos cuarto de la mañana, cuando aparcaba delante de la puerta de casa en Leganés, pensaba que, aunque extravagante, la decisión había sido la correcta.
Y cuando empezaba a escribir esta historia, pasada ya la huelga encubierta de controladores, declarado el estado de Alarma que los obligó a volver al trabajo, me sentía feliz de tener únicamente dos horas de retraso y poder terminar mi secuencia de viajes consecutivos cumpliendo mis objetivos profesionales de este mes.
Pero me ha quedado una ansiedad crónica ante los viajes en avión que espero se pase pronto, porque todavía me quedan muchos por hacer en los próximos años.
domingo, 5 de diciembre de 2010
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