miércoles, 27 de enero de 2010

Ante la expulsión de Cristiano Ronaldo

Viendo la que se ha montado ante la expulsión de Cristiano Ronaldo por dar un codazo a un contrario mientras braceaba tratando de desembarazarse de un agarrón, me he acordado de una reflexión que hago a menudo sobre el mundo del fútbol y que es aplicable, con más razón aún, al resto de la vida en sociedad.

En el incidente futbolístico mencionado, el malo de la película, el que merece la sanción ejemplar, es el jugador que, al recibir una falta por infracción del reglamento del contrario, golpea al otro en un acto reflejo, más o menos voluntario.

Nadie ha comentado como inaceptable el comportamiento del jugador que cometió el agarrón.

En el fútbol hay unas normas, que se llaman reglamento.
Cuando alguien no cumple el reglamento, recibe una sanción.
Con frecuencia la sanción es menos dañina para el infractor que la acción que ha impedido con su incumplimiento.
El ejemplo típico es "la falta táctica" que sirve para cortar, en el centro del campo, muy lejos de la propia portería, un avance peligroso del equipo contrario cuando los nuestros están descolocados.
Los periodistas y los aficionados elogian normalmente al infractor porque ha hecho lo mejor para los intereses de su equipo y llegan incluso a criticarle en caso de no hacerlo.

Esto genera una corriente mayoritaria de opinión que considera moralmente aceptable, incluso recomendable, infringir las reglas.

Pero las reglas se han hecho, en el caso del deporte, para que triunfe el mejor sin hacer trampas, con juego limpio.

Sin embargo, todos hemos acabado abrazando la degradación moral que supone aceptar un cierto nivel de incumplimiento de las normas como algo normal y positivo.

Y en cierto modo, esa misma situación se produce en otros aspectos, sin duda más importantes de la vida social.

Por ejemplo, cuando el fontanero nos pregunta: ¿quiere factura o no? (o el tendero: quiere "tique", etc.)

Lo que en realidad quiere decir es: ¿acepta usted que hagamos trampas entre los dos, yo no pagando a hacienda lo que debería y usted ahorrándose una parte del coste gracias a este fraude?

Y todos lo consideramos normal y moralmente aceptable. Incluso algunos consideran que hace falta ser tonto para actuar según las reglas.

Lo más grave no es que se produzcan estas situaciones.

Lo más grave, desde mi punto de vista, es la relajación ética que supone el que se haya instalado en la Sociedad la valoración de estas actitudes como algo moralmente aceptable.

Es necesaria una revolución ética contra esta degradación moral: Tolerancia cero ante las conductas tramposas o irrespetuosas con las normas que nos hemos otorgado.

El tramposo debe sentir el oprobio por parte de los demás.

He aquí un argumento más para considerar imprescindible la Educación para la Ciudadanía.

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