Acuciados por el deseo (más bien necesidad) de agradar a la mayoría, los partidos políticos pasaban, de ser fuerza creadora de ideas y propuestas, a ser fuerza colectora de las ideas y propuestas de la gente.
El núcleo principal de los programas electorales, al menos de su parte más visible, era el resultado de lo que las encuestas indicaban como preocupación principal de la gente de la calle.
La consecuencia de ello fué que los partidos se diferenciaban en muy poco en cuanto a sus objetivos (el qué). Para encontrar la diferencia había que fijarse en dos aspectos mucho más difíciles de captar por parte de los votantes: la metodología que cada uno iba a aplicar (el cómo) y la credibilidad que cada uno transmitía.
Visto así, la cantidad de reflexión que había en un programa electoral eran los 5 a 10 segundos que cada entrevistado dedica a pensar su respuesta en las encuestas. Todo ello sin analizar la manipulación de la opinión pública que se puede realizar desde los medios de comunicación.
Hay un ejercicio sociológico que consiste en tomar una muestra de la población, realizar una encuesta sobre un tema concreto, a continuación realizar coloquios sobre dicho tema con la participación de las personas incluidas en la muestra. Posteriormente se repite la encuesta.
El resultado es muy diferente entre la primera y la segunda encuesta porque, en la segunda, cada persona ha dedicado tiempo a reflexionar en profundidad sobre el tema y su opinión, además de estar mejor fundamentada, con frecuencia cambia.
No es el caso, evidentemente, de las encuestas utilizadas para la conformación de los programas electorales.
Los partidos políticos dejaron de ser la fábrica de ideas y el aguijón de las conciencias de la Sociedad y empezaron a correr el riesgo de desaparecer por inútiles.
No estoy seguro de que ese peligro se haya conjurado pero, siguiendo con mi observación de la realidad, percibo en la actualidad otra anomalía diferente, pero igualmente nociva para la satisfactoria construcción de la voluntad popular fundamentada.
Me refiero a las consecuencias del creciente peso que la economía tiene en la creación de opinión política y en los programas electorales.
Para que las personas con derecho a voto forjen su opinión sobre la economía aplicada a la política, tienen diversas fuentes. La más importante de ellas es la prensa, la siguiente los mensajes de los partidos políticos y por último, la lectura de libros sobre economía y política.
En el caso de la más importante de estas fuentes, la prensa, creo que hay un doble inconveniente:
- Por un lado, Una gran cantidad de lo que se escribe en la prensa sobre temas económicos tiene como autor a perfectos incompetentes en la materia, gente que en muchos casos se limita a repetir cantinelas que ha oido sin saber bien de lo que habla. Las empresas editoras son excesivamente laxas a la hora de juzgar la calidad de sus colaboradores en esta materia.
- Por otro lado, la mayoría de los que escriben sobre estos asuntos, buscan sus fuentes entre los economistas, gente que maneja conceptos técnicos complejos de difícil comprensión por parte de la gente no experta. En lugar de ello, deberían inspirarse más en los expertos en historia de la economía, disciplina ésta que proporciona una visión de conjunto global que permite entender y valorar más fácilmente las distintas opciones
No hace falta extenderse en la solución a los dos problemas expuestos anteriormente y que, a mi juicio, reducen la calidad de la democracia actual.
Su simple exposición sugiere las soluciones.
Quedaría complementar las mismas con un esfuerzo permanente, respaldado económicamente, para aumentar la educación de todos los ciudadanos.
Muy bien Bernardo. Coincido punto por punto con tu post. A twittearlo... ;)
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