viernes, 27 de marzo de 2009

Por la vida

Juan tiene 17 años y hace un mes tuvo su primera experiencia sexual. Su pareja, Ana, tiene 16 y quedó embarazada. Ninguno de los dos está preparado para convertirse en adulto. Todavía les quedan unos cuantos años de estudios, de juegos y de maduración para ser adultos responsables. Ana podría interrumpir un embarazo no deseado y continuar con su vida de adolescente. Pero una ordenación legal insuficiente les obliga a continuar el embarazo y a tener ese hijo o esa hija que no deseaban, en quien no habían ni siquiera pensado como una posibilidad.
Esa ordenación legal insuficiente está hecha por hombres que piensan que existe una persona en el momento mismo de la concepción.
Y ¿por qué no considerar que la persona existe ya en el óvulo y en el espermatozoide? ¿No sería un crimen dejar que el óvulo se pierda en la menstruación sin fecundarlo o dejar que el espermatozoide se malogre en una polución nocturna sin llegar a fecundar un óvulo? Y todos esos religiosos y religiosas que han hecho voto de castidad y lo respetan, ¿no están impidiendo el nacimiento de las personas que llevan en su interior?
En nombre de qué principio científico se fija la raya a partir de la cual la persona existe y antes de la cual no hay nada que merezca protección. ¿No es más lógico interpretar que ese proceso no es como un interruptor que accionamos y se enciende una luz, sino más bien un proceso progresivo, en el que la aparición de la persona se produce poco a poco, durante un período de tiempo en el que, cuanto más avanzamos, más cerca estamos de encontrarnos frente a una persona?
Ella no podrá llegar a ser la enfermera que soñaba ser porque tendrá que dejar de estudiar para ocuparse de su hija. El tendrá más suerte y únicamente sufrirá remordimientos durante algún tiempo por haberle estropeado la vida a su amiga, a la que más tarde olvidará. Porque él, al final, seguramente se habrá desentendido.
Podría haber sido peor, podría haber formado una pareja estable no deseada con Ana y, con ayuda de sus padres, establecerse y crear una familia que habría tenido muy pocas probabilidades de mantenerse y habría acabado en una dolorosa separación y una sensación de fracaso vital en el momento en el que su vida debía empezar.
La historia podría ser distinta. Ana podría ser una mujer adulta casada y Juan un violador que la ha asaltado en un paraje solitario por la noche.
Juan y Ana podrían ser un matrimonio felízmente casados y el feto presentar malformaciones que convertirían su existencia en un suplicio.
Y así podríamos imaginarnos centenares de casos distintos, similares a los que cada día se resuelven en los paises más avanzados, que disfrutan de una legislación sobre la interrupción del embarazo avanzada y respetuosa con los derechos de la mujer.
Una ley hecha desde el convencimiento de que el aborto no es algo alegre que se decide y realiza a la ligera. Un ley hecha por personas que saben que detrás de cada aborto hay una experiencia dolorosa para la mujer que lo sufre, pero que, al decidir dar ese paso, la mujer está aceptando un dolor y una mala experiencia para evitar un mal mayor en su vida.
Una ley, finalmente que dé a las mujeres la posibilidad de decidir sobre su cuerpo y sobre su vida reduciendo, aunque sea parcialmente, la desigualdad con la que deben enfrentarse a estas situaciones en comparación con sus parejas masculinas, una desigualdad que supone una injusticia desde el punto de vista social, por más que su origen sea biológico pero que sin embargo se ve acentuada por el papel diferente que la sociedad otorga a hombres y mujeres
Abandonemos los dogmas pre-racionales, reflexionemos abiertamente y otorguémonos una legislación sobre la interrupción voluntaria del embarazo que dé a la mujer la capacidad de decidir y contribuya a hacer una sociedad más justa y más igualitaria.
Afortunadamente en España, gracias a la iniciativa del PSOE al impulsar la vigente ley y a la actitud reponsable del PP al no haberla tocado cuando ha tenido mayoría, la situación no es tan dramática como la que se describe anteriormente. Podemos felicitarnos por ello, pero debemos también perfeccionar la ley actual resolviendo, mediante la aplicación en mayor o menor medida de un sistema de plazos, los problemas existentes.
Y debemos impulsar para toda Europa esa legislación avanzada y progresista por respeto a todas las mujeres Europeas.

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