Lo que da de comer a los cuarenta y tantos millones de personas que vivimos en España es la riqueza producida en España. Es decir, el PIB de cada año sumado a lo que nos ahorramos el año anterior y restado lo que ahorramos para el siguiente.
Para repartir esa riqueza se utilizan diversos mecanismos:
- sueldos de empleados de empresas privadas
- sueldos de funcionarios públicos
- pensiones de jubilación pagadas por la Seguridad Social
- pensiones de jubilación privadas
- subsidio de desempleo
- pensiones no contributivas
- servicios públicos gratuitos o subvencionados (de la administración central, autonómica o municipal)
- rentas del capital
- vida en unidades familiares (padres que mantienen a sus hijos con sus ingresos, etc.
- actividades ilegales ( robos, corrupción, etc.)
Hay quien se entretiene, en vano, en analizar una parte reducida del modelo ( el sistema de pensiones, por ejemplo) y, como no analiza el conjunto global, saca conclusiones equivocadas, porque le faltan elementos. Es como si para hacer que ande un tren se estudiaran las ruedas de modo independiente y sin tener en cuenta la forma de los raíles. O como entrenar a un equipo de fútbol haciendo practicar únicamente a los porteros.
Para producir esa riqueza que nos da de comer, se utiliza una cantidad de mano de obra determinada. Es lo que llaman los estadísticos la población activa.
Los expertos que solo estudian una parte del sistema, como no quieren conocer otro medio de repartir la riqueza que el empleo, se empeñan en pedir que se cree más empleo.
Pero no necesitamos más trabajadores. En primer lugar porque con los que tenemos ya producimos toda la riqueza que nos da de comer y en segundo lugar porque el progreso tecnológico hace que cada día se necesite menos mano de obra para producir la misma cantidad de riqueza.
Hay quien alega que debemos crecer, es decir, aumentar la cantidad de riqueza que se produce.
Tienen razón, siempre que seamos capaces de producir riqueza que haga falta, porque nuestras industrias son tan eficaces que, con las empresas y la mano de obra existente, ya nos sobra para producir todos los automóviles que somos capaces de consumir, por poner un ejemplo, y nos vemos obligados a parar la producción temporalmente cada año.
En realidad nuestro margen de crecimiento es cada vez más limitado, porque la demografía empieza a alcanzar sus límites y sin una buena guerra devastadora no proporcionará cifras de dos dígitos en el futuro.
Por otro lado, el nivel de vida, el nivel de consumo se va igualando y cada vez es más difícil encontrar nuevos mercados, vírgenes de los productos que somos capaces de fabricar.
Pero aquí hemos encontrado, sin haberla buscado, una de las claves para mantener durante algún tiempo más un buen ritmo de crecimiento:
En la palabra IGUALDAD
Está demostrado que un reparto más igualitario de la riqueza producida genera un período de crecimiento sostenido de la economía más prolongado.
En cambio, un reparto más desigual de la riqueza es capaz de generar picos de crecimiento espectaculares, pero mucho mas breves. Muchos se deslumbran con ellos (los que elogiaban el modelo del "tigre" irlandés, o los que bajaban los tipos de interés y los impuestos ante el crecimiento artificial de los precios inmobiliarios)
Pero estos períodos de crecimiento con reparto desigual de la riqueza siempre acaban en una caída brutal.
Pero no es de la forma de mejorar nuestra capacidad de crecimiento de lo que quería hablar hoy.
Al analizar la economía globalmente (y ya es casi una frivolidad considerar a un país como España como un modelo global) podremos identificar cuales son los verdaderos problemas.
El problema no es si el número de trabajadores que cotizan serán suficientes para pagar las pensiones de los jubilados.
El problema es si seremos capaces de producir la suficiente cantidad de riqueza para que vivan todas las personas que haya en España.
Y el problema no es si vamos a encontrar un empleo para todas las personas en edad de trabajar.
El problema es si seremos capaces de encontrar un medio eficaz y justo de repartir la riqueza producida.
Porque si decidimos, por ejemplo, que los trabajadores se jubilen dos años más tarde, prolongando así su período de actividad, sin haber creado antes los puestos de trabajo para esos miles de trabajadores adicionales, lo único que estaremos haciendo es retrasar en dos años la incorporación al trabajo de los trabajadores más jóvenes. O haciendo que haya más trabajadores en la edad intermedia en situación de desempleo.
Porque las empresas no van a crear más empleos porque los trabajadores se jubilen más tarde. Una cuerda puede ayudar a subir un carro por una cuesta si nos ponemos delante y tiramos de ella, pero si nos ponemos detrás y tratamos de empujar la cuerda, no conseguiremos nada.
En primer lugar deberíamos resolver el dilema del método a utilizar para el reparto de la riqueza. Y si nos empeñamos en que siga siendo el empleo, tendremos que adecuar el empleo a la situación social y tecnológica de nuestro siglo, y no seguir contemplándolo como hace dos siglos.
La única forma viable de seguir utilizando el empleo como mecanismo para repartir la riqueza es reducir el tiempo de trabajo para que al trabajar menos horas pueda haber más gente trabajando.
Y no se trata de ninguna ley económica, de ningún estudio del funcionamiento del mercado, de ninguna teoría sociológica.
Es simple ARITMÉTICA
El problema es que la aritmética está al alcance de cualquiera, desde los ocho años.
Y los que nos dirigen, sobre todo los que se ocupan de la economía, han estudiado cosas mucho más complejas y no están dispuestos a renunciar a ellas, bajarse del pedestal y usar los mismos medios que el ciudadano corriente para resolver nuestros problemas.
Y mientras sigan utilizando, para sumar y restar, complicados métodos basados en integrales, regresiones lineales y demás, seguiremos sin solución.